lunes, 12 de septiembre de 2016

Con,jugo.

Me perdí exactamente el mismo día en que empezaba a encontrarte. Tiraste todo mi amor propio escaleras abajo. De paso, me dejé caer yo también. Sacudí todas nuestras migas, hice montañas de lo que solo eran restos y esperé que el tiempo hiciera lo que jamás iba a ser capaz de hacer yo. Me acostumbré a estar, sin ser. Deshojé cuidadosamente cada noche, margaritas hechas de palabras vacías, que caían entre mis pies, mientras yo me colocaba bajo los tuyos. Y es que, lo más humillante que hay, de estar a los pies de alguien, es elegirte debajo. Facilité que me pisaras, que no tuvieras ni que pensar en lo que hacías mal. He asumido la realidad porque cambiarla implica asumirte a ti. Y entender que nunca fuimos es aceptar que todavía no me han vivido. Que no me han latido, o lo que quiera que sea, sentirlo en primera persona del plural. Ahora sé que no hay un contigo. Porque ser y estar van de la mano todo lo fuerte que nunca nos hemos agarrado nosotros. Porque jamás te has atrevido a conjugarlos conmigo. Y yo, que ya no espero, ni padezco, que solo sobrevivo y me olvido (de mi)... me planto, te aparto, nos resuelvo, que ya no puedo más y que no me voy a conformar (nunca) con menos.


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